El indudable valor natural y paisajístico del enclave, la tajante horizontalidad del nivel del agua y de la topografía modificada, los colores, los distintos lugares de observación del conjunto…, todo ello define la idea de proyecto.
Esta idea, que es una, varía según el punto de vista del observador frente al edificio. Desde el exterior se pretende crear un recinto cerrado, capaz de albergar los usos que definen su programa funcional, a través de un cerramiento enérgico y contundente que no debe ser agresivo con el lugar que lo acoge (integración en el paisaje). Desde el interior se pretende que el recinto, a través de su cerramiento que ahora se desdibuja, se abra completamente al exterior para disfrutar del espectacular entorno que lo rodea (integración del paisaje).
Si se proyecta un contenedor que mimetiza la topografía horizontal del enclave a través de su configuración geométrica y el diseño de su cerramiento, se usan colores predominantes en el entorno para su integración en él, y se dota al edificio de “invisibilidad interior” gracias a paredes transparentes revestidas por una membrana de lamas que no rompen el campo visual, casi casi se consigue materializar la idea…
La tipología edificatoria del lugar, reflejo de la forma de vida de sus habitantes, debe estar presente en el proyecto a través de viviendas con distribución vertical. La pronunciada pendiente del vial debe ser salvada con el escalonamiento de la fachada para respectar la configuración tradicional de las alineaciones en ladera. La acusada topografía de la falda en la que el edificio se introduce requiere soluciones estructurales enérgicas. La excesiva profundidad del solar obliga a reflexionar sobre rentabilidad, diseño y organización. Las condiciones estéticas y de volumen, los colores, los materiales… vienen impuestos, como también las dimensiones de las estancias y el programa de necesidades. Sólo queda conjugarlo todo y encajarlo en un solar.
El resultado: un bloque edificatorio con una estructura “consistente” que consigue contener la ladera que lo abriga a través de una configuración anular, en torno a una luminosa plaza central que se convierte en espacio de relación, que a su vez resuelve la excesiva profundidad del solar de cara al diseño; con una organización espacial y funcional que se adapta a la compleja topografía gracias al flanco escalonado de fachada y a la plaza central; con una distribución vertical que, partiendo del plano de referencia que representa la plaza, se eleva dos niveles sobre rasante y uno bajo rasante, donde se desarrollan todas las viviendas “verticales”, los garajes y los trasteros requeridos.
Desde el exterior, el edificio se percibe como un conjunto de volúmenes independientes y heterogéneos; desde el interior como un lugar homogéneo y sereno. Y da la impresión de que esto se produce espontánea y apaciblemente…
La desaparición de la trama edificatoria dentro de áreas urbanas densas constituye una oportunidad excepcional para dotar a la ciudad de nuevas “funciones urbanas”. Y si el área se sitúa en un ámbito de carácter patrimonial, será una ocasión única para poner en valor sus elementos singulares.
Con este fin, la intervención desarrollada apuesta por mantener libre de edificación la máxima superficie posible del área de proyecto para desarrollar una gran plaza pública abierta, diáfana y cubierta, a modo de ampliación de la plaza contigua, pero añadiendo un nuevo concepto de “espacio libre protegido” que permite el desarrollo de actividades complementarias a las que se realizan en la aledaña. La gran plaza abre el espacio contiguo a un edificio histórico, que a partir de ese momento gana en protagonismo e identidad.
La plaza queda configurada principalmente por dos piezas arquitectónicas que, dispuestas perpendicularmente entre sí, la definen vertical y horizontalmente. Ambas cuentan con un papel fundamental desde el punto de vista funcional y estratégico, puesto que permiten albergar nuevos usos que regeneran y complementan los ya existentes; no obstante, intentan pasar inadvertidas desde el punto de vista formal y dimensional, debido a sus neutras fachadas-cubiertas que ejercen la función de “telón de fondo” (casi en sentido literal) de la actuación para delimitar un singular espacio público, a medio camino entre lo interior y lo exterior.
La intervención se sitúa en la devastada mitad de una manzana que aparece en el borde de un gran espacio libre para, apropiándose de su única medianera y de sus alineaciones, convertirse en la ampliación de la misma, haciendo reaparecer una nueva manzana de mayor tamaño y perfectamente integrada en la estructura parcelaria general.
Si se pretende promover una actuación arquitectónica que derive de la “evolución natural” de un tejido urbano concreto habrá que, además de abstraer la morfología de éste (manzanas cerradas, compactas y con una alineación estricta), aprehender la forma en la que dichas manzanas se conforman, es decir, como suma de volúmenes (edificios) que, aunque en planta puedan componer conjuntos homogéneos, en alzado y sección son heterogéneos y descompuestos. Con esta intención, el edificio, cuyo enorme solar es equiparable a una manzana, conceptualiza la configuración de manzanas preexistente, presentándose en horizontal como un bloque compacto mientras que en vertical lo hace a través de diferentes prismas, cada uno de ellos con unas características físicas y técnicas definidas por las funcionales.
Bajo esta distribución volumétrica, esta biblioteca aparece como un conjunto centrípeto formado por una serie de piezas y funciones que giran en torno a un núcleo central desde el que se distribuye cualquier movimiento o actividad y se obtiene la mayor parte de las necesidades lumínicas. Esta organización deriva en una “interiorización” de los bloques que componen el edificio, aspecto esencial para un correcto funcionamiento del mismo. Pero este edificio encerrado en sí mismo también debe ser consciente del entorno en el que se ubica; así, es comprensible que, a pesar de su organización “interior”, no pueda ser ajeno a la gran plaza adyacente y deba asumir cierta frontalidad hacia ésta; también tiene la obligación de abrirse a aquellos ambientes exteriores que merezcan ser atrapados por el seno de una biblioteca de acuerdo con su estética tranquila y relajante. ¿El resultado? Un edificio asimétrico y centrípeto por un lado y frontal, horizontal y estratificado por otro, pero perfectamente articulado desde el punto de vista de la conceptualización urbana y de la interiorización arquitectónica.
Sobre una zona verde se debe desarrollar un edificio que, sin embargo, no puede reducir la superficie ajardinada de partida. Se debe integrar en el entorno de manera que su volumen no desvirtúe el carácter abierto del emplazamiento, sin dejar de ser un elemento vertebrador del mismo.
Para conseguirlo, aparece un pequeño y sencillo volumen edificatorio que se adapta en planta a las trazas del espacio ajardinado (curvilíneas en los límites) y en altura a sus niveles topográficos (una planta), con cubierta plana y ajardinada a lo largo de toda su superficie (el edificio es también jardín) y que escoge como revestimiento exterior el que tenían los elementos de contención preexistentes (piedra).
Debe albergar un espacio recogido y acogedor acorde a su destino como sala de velatorio, por lo que desarrolla un esquema funcional basado en accesos diferenciados según usos y en estancias fácilmente reconocibles y utilizables. Piezas diáfanas que, a través de la forma, la luz o la vinculación con el exterior, persiguen crear distintos ambientes: la relación entre recintos, la iluminación cenital, los huecos exteriores, las directrices de los muros..., juegan su papel.
Una actuación de gran envergadura situada en la confluencia de una zona de alto valor medioambiental y paisajístico y un área urbanizada con escasa cantidad y calidad de servicios, requiere una estrategia a nivel territorial.
El punto de partida es un entorno pre-urbanizado, en el que en su día existió un importante complejo industrial-residencial que el paso de los años y el desuso han ido arruinando hasta casi hacerlo desaparecer, pero del que perduran elementos físicos y (sobre todo) sentimentales que deben ser tenidos en cuenta a la hora de intervenir. En el mismo espacio de tiempo, y en sentido inverso, el impresionante entorno natural que lo rodea ha ido revalorizándose hasta convertirse en un referente medioambiental.
Ante esta situación, el proyecto decide dar la razón al tiempo, priorizando el aspecto natural frente a otros, al apostar por una reorganización del ámbito lo más sensible y naturalizada posible dentro de los requerimientos del exigente programa funcional impuesto, de manera que se convierta en elemento de transición entre lo urbano y lo intensamente natural.
Con estas premisas, la intervención pretende convertir el ámbito en un espacio “naturalizado”, representado por un gran pinar autóctono que cubre la práctica totalidad de su superficie y que auspicia bajo su manto de copas (gracias a la gran altura de los árboles) el conjunto de instalaciones y edificaciones que componen la actuación, buscando en todo momento que éstas interfieran en la menor medida posible en aquél.
El punto de partida es cómo identificar, de forma sencilla, la compleja y rica identidad de toda una ciudad, marcada por una suculenta historia de la que es testigo su importante patrimonio cultural y arquitectónico, sus personajes ilustres y la idiosincrasia de sus habitantes, capaz de poner en valor y potenciar este legado, y decidida a proyectar su potencial hacia el exterior y hacia el futuro.
Parece claro que cualquier proposición exitosa debe apoyarse en formas y símbolos basados en el diálogo entre pasado, presente y futuro, permitiendo que el observador realice diferentes lecturas del elemento alegórico, siempre que todas ellas desemboquen en el mismo objeto: la ciudad.
Un pergamino es el elemento elegido. Rodeado tres veces por un lazo en forma de B, inicial del nombre de la ciudad, en un movimiento helicoidal, muestra alegóricamente que ésta abraza su tradición histórica y sigue engrandeciéndola. Ambos elementos conforman una reminiscencia al escudo de la ciudad gracias a su disposición y sus colores. Los distintos elementos que pueden añadirse a estos elementos principales demuestran la versatilidad de la composición.
Era tradición en la zona que las viviendas aisladas situadas en áreas rurales fueran el resultado de la sucesión de distintos cuerpos y usos añadidos heterogéneamente al edificio original a lo largo del tiempo. También lo era la composición volumétrica simple, la cubierta inclinada a dos aguas, lo blanco…
Quizá ahora demos más importancia que antes a la interacción del edificio y su entorno, a la búsqueda de la luz y de las vistas para que formen parte de la vivienda… Pero sobre todo a la creación de espacios interiores que, aprovechando el potencial de todo lo anterior, generen sensaciones acogedoras e íntimas, acordes con la personalidad, el sentir y el deseo de sus habitantes.
La conjugación de dos tiempos y dos conceptos deriva en este edificio sencillo, compacto, cuyo interior respeta funcionalmente la configuración volumétrica exterior, que quiere conectar e integrar las distintas estancias para que habitar sea un ejercicio “único” de la casa, teniendo como invitados permanentes al sol y al paisaje.
¿Qué es el espacio rural? ¿Es equivalente este concepto al de suelo rústico o no urbanizable? ¿Qué configura el suelo rústico o no urbanizable, cuáles son los criterios para su definición? ¿Cuál es o debe ser su funcionalidad? ¿Cuáles son los parámetros que regulan la ordenación urbanística de este suelo en la legislación urbanística? ¿Cuál es el contenido del derecho de propiedad del suelo rústico o no urbanizable? ¿En qué consiste la facultad de edificar en él dentro del derecho de propiedad? ¿Cómo se regula la edificación en esta clase de suelo?
¿Es la situación actual de la ordenación del suelo rústico o no urbanizable un modelo idóneo? ¿Existen alternativas? ¿Qué requerimientos impone un cambio conceptual del modelo existente?
A todas estas cuestiones intenta dar respuesta este estudio. Entre otras conclusiones, expone que puede hablarse de obsolescencia de la concepción tradicional del espacio rural como ámbito marginal y exclusivamente agropecuario, siendo preciso un giro hacia una nueva concepción más positiva. Que, igualmente, existe una clara necesidad de renovación funcional del espacio rural, lo que requeriría una nueva configuración del derecho de propiedad del suelo rústico que permita el desarrollo de su utilidad individual y de su función social: diversas situaciones, distintos conceptos jurídicos. Que lo anterior abocaría a la confección de un nuevo modelo de ordenación que abandonara conceptos y procedimientos preexistentes (heredados del modelo urbano) y desarrollara otros que partieran del conocimiento profundo del espacio rural en cada ámbito (singularidades y necesidades) y de bases sostenibles. Que, al hilo de lo anterior, el planeamiento territorial y urbanístico se convierte en el instrumento clave para la consecución de los objetivos marcados.
Quizá resulte excesivamente burdo desgajar de un tirón un elemento arquitectónico singular de un entorno urbano, sin ni siquiera rematar los rebordes de la extracción, para colocarlo en un enclave significativo y mostrarlo como imagen de una localidad. Pero no lo es tanto si lo que se pretende es sintetizar en un único objeto todo lo que de bello y particular ofrece el lugar, poner en valor uno de sus atractivos turísticos (su arquitectura), y convertirse en su logotipo: esto es lo que persigue esta sobria figura arquitectónica.
Su situación en un espacio abierto junto a una vía de circulación rodada le exige contar con suficiente tamaño y presencia como para ser reconocida rápidamente, sin suponer una excesiva distracción. De ahí sus líneas simples, su dimensión proporcional a la velocidad de los vehículos y su cualidad para ser observada desde el movimiento; su único material de construcción y su homogeneidad cromática; y la concisión de su mensaje.
La horizontalidad del emplazamiento en el que se erige la ayuda a destacar; la puntual presencia de vegetación en su entorno la integra en el paisaje; una tenue iluminación nocturna permite ser reconocida en la oscuridad.
Ahora bien: la estética de sus proporciones y el encanto de su configuración deriva exclusivamente del atractivo de este rincón de los Pueblos Blancos…
Ante la cada vez más extendida preocupación por las alteraciones que produce la actividad humana en el medio que le sirve de soporte, comienza a apostarse por la aplicación de criterios sostenibles, también en el proceso de ordenación del territorio y de las áreas urbanas.
Si lo que se pretende es la conversión hacia modelos sostenibles, resulta obvia la importancia de entender qué es la sostenibilidad. Conocido el concepto, resulta básico determinar qué aspectos definen un sistema para que pueda ser considerado sostenible y, recíprocamente, revelar qué sistemas no pueden ser considerados como tales: en estos casos, las causas identificarán la patología a corregir, y los efectos los impactos a eliminar. Esta tesis define esos aspectos generales, se centra en su aplicación concreta al ámbito de la planificación y define contenidos y técnicas para el desarrollo de una planificación basada en esos conceptos.
Entre sus conclusiones recoge que la sostenibilidad es el único proceso vital posible que permite que la existencia de los seres vivos, en particular la del hombre, se perpetúe en el planeta. Que éste únicamente es efectivo como procedimiento integral y no como suma de iniciativas desarrolladas de forma independiente. Que es urgente la conversión hacia la sostenibilidad de todos los componentes del sistema global que representa la Tierra, entre los que se incluye la planificación urbanística, por lo que las fórmulas tradicionales de planificación que obvian los estudios sobre equilibrio ambiental no deben ser admisibles. Que el cambio hacia una planificación sostenible comienza al aceptar que ésta forma parte de un sistema global, y termina al definir modos de vida integrados en el entorno que le sirve de soporte.
Un elemento que pretenda identificar a una entidad, en lo simbólico y en lo real, debería comenzar a gestarse con el análisis de aquellas referencias que la describen y distinguen, para ser capaz de apropiarse de una de las más reveladoras. Del estudio se desprendería que, en el caso de una explotación ganadera, resulta muy significativa la representada por su hierro, por constituir propiamente un emblema y por estar presente, casi de forma permanente, en cualquiera de sus actividades. El hierro, por tanto, se convierte en punto de partida para el diseño pretendido.
Manteniendo la estructura “alámbrica” que representa el hierro, es necesario crear una pieza con entidad suficiente como para ser identificable e identificadora. Con este fin se opta por desarrollar un objeto con volumen a partir de la figura bidimensional que representa el cuño: el mecanismo que permite convertir el plano en volumen es la suma de dos nuevos planos de simetría a la imagen original tomando como eje de referencia el de simetría de la figura base. El fruto de este procedimiento es un cuerpo cuya disposición espacial permite su lectura desde cualquier ángulo de visión.
El uso de la forja como material permite la conversión a las tres dimensiones del “alambre”. La disposición de un zócalo anular sólido le confiere consistencia y relevancia al conjunto, pero sin desvirtuar su carácter ligero, dúctil, casi intangible, pero perfectamente reconocible.
Aún hoy es posible encontrar inmuebles ejecutados según técnicas y concepciones “tradicionales”, si bien comienzan a ser ya presencias testimoniales de lo que en su día constituyó una cultura generalizada.
Desde la Sierra de Cádiz y partiendo del marco geográfico, histórico, económico y cultural en el que se desarrolló, este estudio expone cómo a partir de los recursos naturales disponibles la población ha sabido crear un hábitat adaptado a sus necesidades socioeconómicas y culturales, generando modelos arquitectónicos con unos logros originales y de gran riqueza. Así, se profundiza en la arquitectura tradicional, no solamente como mera “expresión material”, sino como verdadero texto documental que habla del pasado y del presente, de la evolución de una colectividad.
De igual modo, se dedica extensamente al análisis de los materiales y sistemas constructivos que caracterizan a esta arquitectura del pasado, no sólo por la importancia de éstos para el conocimiento de la misma, sino por su interés como punto de partida para el correcto desarrollo de tareas de conservación y rehabilitación de edificios.
Como dijo John Bold, “debemos contribuir a la comprensión de la arquitectura del pasado a fin de preparar unas bases sólidas para el futuro”.
Compartir el tiempo con niños aprendiendo a mirar la ciudad desde una perspectiva más bajita para curiosear en aquello que nos rodea es, más que un trabajo, una experiencia única.
Cuando se es niño el entorno se interioriza, y lo que se aprende forma parte de lo que uno sabe y de lo que uno es; en este sentido, la arquitectura y el urbanismo se convierten en una excelente vía para el desarrollo de conocimientos y valores encaminados a la actividad creadora y participativa de los niños como ciudadanos, en una fuente de comprensión y compromiso con la ciudad y en un rico combustible para desarrollar la creatividad.
Entender que el espacio no es solo un conjunto de coordenadas neutras en las que ocurren cosas, sino el lugar donde se generan relaciones sociales, es esencial para la tarea: comprender la noción de escala, conocer los elementos que forman la ciudad y su actividad, aprender cómo cuidar la ciudad y a sus habitantes…
Y si todo ello se consigue jugando el éxito es seguro.